El agua tiene memoria

El agua tiene memoria


Vienen a mi memoria los recuerdos de aquel lluvioso julio de 2010, sin duda las lluvias más épicas que jamás haya presenciado. No solo trajeron agua, sino también historias y memorias, evocadas por quienes ya habían vivido situaciones similares. Según supe, hacía cerca de 40 años que no llovía así, desde principios de los 70, y tuve la oportunidad de experimentarlo, mientras otros recordaban y revivían.

Y es que el hecho se convirtió en experiencia, y la experiencia es, en sí misma, recuerdo de lo que pasó ayer y de lo que acontece hoy. La frase más escuchada, sobre todo entre los mayores, era: “el agua tiene memoria”. Se oía por todas partes, ¡y cómo no! La carretera Abasolo–San Buenaventura desapareció, dejándonos incomunicados. Otro tramo, entre Abasolo y el Ejido Primero de Mayo, también yacía bajo aguas bravas. El agua, simplemente, siguió el curso que la geografía regional le dicta.

Años después, el clima es muy distinto: el calor es sofocante, la lluvia escasa. Y aunque por ahí se repite que “el agua tiene memoria”, parece que hasta ahora se le ha olvidado visitar generosamente estas tierras.

Ritos, creencias, o como se les quiera llamar, son usados para recordarle a la amnésica agua que aquí se le necesita. Soluciones que van desde el auxilio divino, la captura de un pequeño animal, hasta la intervención de chamanes o brujos que presumen poderes sobrenaturales para provocar la lluvia. Verdad o mito, eficaz o no, a continuación comparto algunas formas en que los abasolenses intentan invocar la lluvia:

1. San Isidro Labrador: ¿Mártir por nuestras tierras o santo masoquista?

San Isidro Labrador pasa cada verano del calor y el aroma de las velas al sol inclemente; del altar de la casa de la abuela al exterior despiadado e insensible, con el olor a muerte del clima de la región. Ese es su peregrinar.

Cuando las sequías amenazan las cosechas, una ayuda divina no le viene mal al agricultor, que ante la escasez de agua, apela a su todopoderoso para que la siembra sea posible. “Una que otra lluvia no nos viene mal”, dicen, entre esperanza y resignación.

Cada verano en Abasolo se cumple el ritual de sacar al santo a asolearse. Es común ver imágenes de San Isidro tomando el sol, impasible, tan fresco como en su altar, sin muestra alguna de molestia. Lo que en política sería un “baño de pueblo”, aquí se transforma en “baño de sol”: una forma de decirle al santo que no olvide el calor agobiante que sentimos, que interceda por nosotros… aunque sea por un poco de lluvia.

Lo curioso es que, mientras en otros lugares se le celebran fiestas o se le lleva en procesión, en Abasolo apelamos al castigo: “pa’ que haga caso”. No es tarea fácil para San Isidro en estas tierras desérticas; martirizado aún después de muerto, ¿o será que es un santo masoquista?

No me lo crean, pero una vez, en una de esas típicas tardes veraniegas, mi abuela le pidió a un primo que sacara al santo y lo colgara en un árbol. Era un viejo maple seco, hoy inexistente, perfecto para el propósito de asolearlo. “Pa’ que sienta lo que sentimos”, dijo mi abuela, abrumada. No pasó más de una hora cuando el cielo empezó a nublarse… y enseguida llovió. Coincidencia, intervención divina o no, esa experiencia quedó para el recuerdo.

2. Sacar al camaleón

Desde que tengo uso de razón, y como parte de una familia dedicada al agro (como la mayoría en Abasolo), he tenido acceso a muchas creencias del campo. Costumbres que forman parte de nuestra idiosincrasia local. Una de ellas sostiene que el camaleón tiene el poder de hacer llover.

Algunos creen que, si cuelgas un camaleón de un árbol en época de sequía, lloverá. Otros dicen que amarrarlo en un sitio soleado también funciona. Buscando información, encontré que en la cultura nahua se le atribuyen propiedades similares. Al parecer, su relación con la lluvia tiene que ver con el ciclo del maíz. El camaleón es un hibernador obligado: su actividad se dispara con el calor (primavera) y se reduce con el frío (otoño). Los pobladores identifican su presencia con la temporada del año: cuándo aparece y cuándo se esconde.

Ese ciclo coincide con el desarrollo del maíz en la milpa y con el inicio de las lluvias. El camaleón es más activo cuando el maíz está en fase de elote, justo cuando llueve más, entre agosto y septiembre.

Intrigado, quise investigar si hubo migración de pueblos nahuas a Coahuila, pero no encontré pruebas. Aun así, es curioso que los nahuas del estado de Hidalgo y algunos campesinos de esta pequeña comunidad compartan la misma creencia.

3. Don Toñito Sandoval

Don Antonio Sandoval era uno de esos personajes únicos con los que uno rara vez se topa. Original, atípico, de esos que suelen ser juzgados de locos. Regordete, moreno, de barba y cabello blanco, voz fuerte y un aroma incomprendido por todos. Tenía una actitud megalómana, y aseguraba tener el poder de hacer llover.

Aquel hombre, que en las leyendas de mi infancia tenía fama de comer gatos, también decía poder alejar la lluvia. Según contaba, si había sequía era porque una vez fue contratado para hacer llover, lo logró, pero la persona no cumplió con el pago acordado.

No puedo contar mucho más sobre Don Antonio, pero lo recuerdo bien. Una vez, en el transporte público, tuvo una batalla sagrada de palabras con una ministra cristiana de la congregación Los Rodríguez. Mientras él presumía de sus poderes, ella lo acusaba de sacrilegio.

Fue una épica discusión entre dos personajes que gustaban hablar de las alturas, mientras los pasajeros terrenales solo escuchábamos en silencio. A lo lejos, apenas se oyó: “par de locos”. Espero que no haya sido mi propia inconsciencia. Porque, si eran dos locos, al menos tenían una conversación bastante interesante.


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